En tan solo una cuadra se cruzan miles de historias deplorables de una sociedad híbrida. Risas, llantos, estruendos y alaridos retumban en el espacio. Tragedia y comedia concurren ante la metamorfosis que enfrentan los cucuteños. La avenida Guaimaral, más específicamente entre las calles 4N y 6B, es una calle lúgubre donde todos caminan con arrogancia y rapidez para no mirar el dolor ajeno.
Un sujeto algo demente, de tez morena, camisa desgarrada y pantalones remangados, reposa en la entrada de uno de los cajeros automáticos del Banco Colpatria que había convertido en su hogar. Comía un pan que traía envuelto en una bolsa plástica la cual guardo en uno de los viejos y remendados costales que llevaba. Irónico es que en su locura guarda más decencia que aquellos que visten de corbata. Aquellos seres que entran y salen de este lugar ni siquiera se percatan de su presencia aunque parecía que él a todos los conocía, pues los señalaba o incluso balbuceaba hacia ellos. En algunos momentos peleaba con seres que no estaban allí, otras veces insultaba a las mujeres bonitas que se asustaban con su presencia.
El hierbatero al otro lado de la calle fuma un cigarrillo económico mientras le explica a una anciana como hacer un brebaje para curarse de sus dolencias. Cerca, unas señoras de falda y cabello largo concedían otro tipo de curación; una del espíritu, o bueno eso es lo que decían. Cargaban en la mano ese mismo libro que dejaron en las manos de los indígenas cuando los conquistadores les quitaron sus tierras. Ofrecían el cielo totalmente gratis, pero todos aquellos que pasaban por ahí pareciera no importarles pues caminaban evitando pasar cerca o escuchar lo que tenían por decir.
Este lugar se ha vuelto el punto de encuentro para vendedores ambulantes que ofrecen lapiceros, gomitas, chocolates o simplemente piden por caridad. Una mujer robusta, de cara humilde y lastimera pide diariamente dinero para completar su pasaje de vuelta a casa. Una muestra del desempleo de la ciudad y el costumbrismo de algunos cucuteños.
De alguna manera a los discapacitados se les ha menospreciado laboralmente, obligándolos a ocupar puestos en control de busetas como aquel hombre que lleva muletas, o aquel otro que debió ser cuidador de carros por su condición de sordomudo. Cuando en casa espera una familia hambrienta se debe buscar la manera de llevar comida a la mesa.
En las calles se siente el frío de la muerte, más allá de los occisos del hospital o de aquellos que descansan en las funerarias, el aire gélido proviene de las cabezas muertas de las almas perdidas. Perdidas entre la tecnología pues la gran mayoría de personas que trabajan o deambulan por el lugar permanecían pegadas a sus celulares, alimentándolos con su vitalidad. Todo esto es la razón por la que entre la calle 4N y 6B nadie descansa.
Escrito en compañía de: Liseth Guerrero
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